sábado, 16 de abril de 2011

Algunos puntos clave sobre la danza butoh

Extraídos del libro Il corpo eretico de MARIA PIA D'ORAZI
Selección y traducción: Marianela Ruiz León


Aspirando a convertirse en bailarín, Tatsumi Hijikata deja su casa en el campo profundo del Norte de Japón y llega a Tokio a finales de los años 50. Tokio era entonces una ciudad renaciendo de las cenizas de la última guerra y allí Hijikata elaborará una nueva forma de danza que llamará Ankoku Buto -danza de las tinieblas- y se convertirá en el punto de referencia de intelectuales, artistas de vanguardia y jóvenes en revuelta contra la autoridad. Obsceno y violento, nostálgico e inquietante, es un herético que lanza una voz de alarma sobre la condición del cuerpo en la sociedad de consumo y de la cultura global. Viviendo en la intersección de dos mundos, Hijikata utiliza referentes culturales de Occidente para criticar el Japón moderno, mientras formula una teoría del cuerpo que se basa en los principios de la tradición japonesa y que se afirma a la vez como una abierta crítica a la civilización occidental.

Hijikata utiliza los escritores malditos occidentales que han renunciado a Dios para criticar la occidentalización del Japón moderno. Reivindicando un parentesco con el delito y la homosexualidad define su danza como un comportamiento sin propósito que protesta contra la alienación de una sociedad orientada a la producción y en la que el cuerpo es sólo el enésimo producto. Grita su desprecio a la sociedad de las bellas apariencias declarando su devoción a un concepto de belleza que acoge la imperfección y la anormalidad. Santifica la abyección en nombre de la autenticidad. Porque el cuerpo auténtico no renuncia a su parte de sombra. En la cultura occidental el cuerpo es un instrumento, una máquina que se usa según la voluntad del propietario. En la cultura tradicional japonesa en cambio, es un lugar para recibir la vida. No la vida de la persona o de la criatura, sino “la vida que fluye entre todos los seres en un mundo en el que toda cosa está viva”. La Vida con mayúsculas es una corriente sin forma que no se interrumpe nunca, y el cuerpo de un individuo no es otra cosa que “una barca que pasea esta corriente”. (...) Y es esta fuerza separada de la voluntad la que induce el movimiento.
Un estado de completa receptividad.
Eliminando así la actividad voluntaria de la mente para dejar que el cuerpo que pertenece a la naturaleza (y no al yo) emerja “como es”.

Hijikata imagina al bailarín perfecto como “un esqueleto que arde hasta convertirse en carbón”. Sacrificar la propia individualidad tomando como modelo la naturaleza, donde cada cosa existe con un equilibrio preciso y en un proceso de movimiento, crecimiento y perecimiento. De este modo niega la intencionalidad del movimiento para dejar emerger la memoria del cuerpo en un juego continuo de metamorfosis.
Hijikata teoriza la necesidad de arder hasta consumir todos los músculos o anular toda voluntad expresiva. Sólo entonces es posible intentar reflejar la esencia del mundo. Para hacer pasar lo Otro a través del cuerpo: “El bailarín se convierte en objeto y el objeto llama al espíritu, el espíritu del bailarín”.

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